Elegantiásica indulgencia
Me toco. Me toco con los dedos aguados de tanto tocar el callo que desde mis manos cayó hasta el fieltro de sus pechos. Pero jamás, óigase bien, jamás sospecho que su encuentro sea verdadero, más bien intuyo (¿o advierto?) que está ahí puesta, para mí, por el capricho de algún bicho lisonjero. Mapeando-antojando les cuento lo que el bicho puso para mí; una averiada isla de montañas labiales, ocasos erectos, un nalgar impenetrable y un fluido que se me antoja seduccionable con cada nueva expedición, que sin excepción, más bien sin acepción, necesita de la culminación para que se geste la diversión. Diver-sion, diver-sion. Pero mi esparcimiento no termina aquí, porque (re)creo con su recuerdo cada inmersión, aún cuando nos separe un abismo de objetos sin objeto. ¿En qué estará pensando? Entonces le con-verso.
¿Estás pensando en mí? ¿O en mí sin ti? ¿O en ti sin? ¿O solo dejas de pensar cuando me escuchas a mí?
Ese mí que tanto me suena a falsete, a mentirete, a conmemorete y me detiene para pensar en los que están y los que no. Atrás atrasando se quedaron y los de adelante delatando están, menos ella, o su figura regurgitada, que tan en la nada esta, a la espera de quien sabe qué cosa, en un limbo. ¿Y qué tal si invento una limboadora?, por lo menos así podría preparar una limbonada para esta sed que me mata, acompañada quizás de una sentencia cebada y un pan óptimo. Pan-óptico. En fin, cualquier cosa que rime con el hambre y el hombre. ¡Que se los robe! Y me deje a solas con la afonía de la sola sinfonía de mi encuentro con su cuerpo. Un director de orquesta ladrón, o mejor que eso un flautista que erradique a los roedores y se quede sin más que la armonía de su música. Como yo, que no tengo más que palabras sin letrear o letras sin parrafear. Un caos de sucesos, una monotonía, o más obsceno que eso, una cacofonía lineal (de seguro en algún lugar existe un Pancho que bautizó cacofono a este ser tan difícil de explicar). Y para no dejar dehelado nuestro rostro maternal, sugiero que sea Eufonía el nombre de este cuerpo celestial; la cosmonauta que en su asta lleve la bandera de la perversidad. Canéforas porosas en las que las gónadas puedan juguetear y nuestros deseos dispersar:
arrodillado engominado sodomizado encuartelado psicodélico-acostado
apoltronado, astillado y hasta crucificado. Como si no fuera poco paroxismo el enredijo de este silogismo que más bien parece un espejismo, perdón, un laberinto del que ni el Borges mismo podría salir vivo, pero al que Gutiérrez, con su trópico aliciente pondría frente con su aliento pestilente. Pesti-silente, ¿será este el equivalente para una vida tan elocuente? Podríamos preguntarle al autor de la efusión permanente. Que sea Heráclito el que nos oriente, porque quién si no el desmiente lo que en este escrito está presente, aunque la verdad este torrente a mí ya me ha bañado unas cien veces. Pero basta ya de metonimias que solamente nos desvían de lo que aquí se consigna y que por poco se me olvida; la penuria de La escritura (¿ah?), que si bien no rima por lo menos si nos incita a pensar en la letra mal escrita como la zorrilla que en las noches nos instiga con sus tetas mal inscritas, y ni hablar del abdomen secular que ha logrado estimular hasta al mismo sacristán.
Ahora tenemos que enfrentar, afrontar, el aviso de algún mundanal, el medio aviso más bien o más mal porque no vi bien o no vi más que un “salida”, que lejos de asustar lo que hace es exit-ar al sereno que esta acá esperando que sus letras no se vallan a escapar, porque sabrá dios hasta dónde puedan llegar. Con este problema de inseguridad nominal, que por poco termina con el flautista del que les hable más atrás, que bastante infectado esta por la triste enfermedad del que poco puede imaginar. Incomparable quizás con el insoportable malestar que me produce el recordar, con cada parpadear, a la señorita lineal que no me deja terminar, por lo menos no sin antes aclarar que yo también necesito descansar.
arrodillado engominado sodomizado encuartelado psicodélico-acostado
apoltronado, astillado y hasta crucificado. Como si no fuera poco paroxismo el enredijo de este silogismo que más bien parece un espejismo, perdón, un laberinto del que ni el Borges mismo podría salir vivo, pero al que Gutiérrez, con su trópico aliciente pondría frente con su aliento pestilente. Pesti-silente, ¿será este el equivalente para una vida tan elocuente? Podríamos preguntarle al autor de la efusión permanente. Que sea Heráclito el que nos oriente, porque quién si no el desmiente lo que en este escrito está presente, aunque la verdad este torrente a mí ya me ha bañado unas cien veces. Pero basta ya de metonimias que solamente nos desvían de lo que aquí se consigna y que por poco se me olvida; la penuria de La escritura (¿ah?), que si bien no rima por lo menos si nos incita a pensar en la letra mal escrita como la zorrilla que en las noches nos instiga con sus tetas mal inscritas, y ni hablar del abdomen secular que ha logrado estimular hasta al mismo sacristán.
Ahora tenemos que enfrentar, afrontar, el aviso de algún mundanal, el medio aviso más bien o más mal porque no vi bien o no vi más que un “salida”, que lejos de asustar lo que hace es exit-ar al sereno que esta acá esperando que sus letras no se vallan a escapar, porque sabrá dios hasta dónde puedan llegar. Con este problema de inseguridad nominal, que por poco termina con el flautista del que les hable más atrás, que bastante infectado esta por la triste enfermedad del que poco puede imaginar. Incomparable quizás con el insoportable malestar que me produce el recordar, con cada parpadear, a la señorita lineal que no me deja terminar, por lo menos no sin antes aclarar que yo también necesito descansar.